lunes, 8 de julio de 2013

EL RETIRO DE LA IGLESIA





—¿Creen ustedes que antes del fin vendrá una gran apostasía?

—Eso es de fe—intervino Mungué—. San Pablo lo dice y Nuestro Señor mismo afirmó: "Cuando Yo vuelva, ¿creéis que hallaré fe en la tierra?"

 —¿Creen ustedes que una apostasía general sería posible si la Iglesia estuviera vigente, llena de pureza, de justicia, de caridad y de luz? Es imposible. La gran apostasía hace concebible la gran persecución; pero la gran apostasía no es concebible sin una contaminación...

—Siempre ha existido contaminación—dijo la señora—y existirá, según la parábola de la cizaña: "hasta el tiempo de la siega..."

—Justamente—dijo el viejo—y hacia el tiempo de la siega es cuando el lolio, que esa planta y no la cizaña ni el abrojo indicó el Divino Maestro, es cuando el lolio se parece más al trigo...

—¡Ojo!—dijo Mungué—la Iglesia siempre se distinguirá de las sectas por sus cuatro notas: una, santa, católica y apostólica.

—Ni los faros se ven bien en tiempo de niebla—pronunció sibilinamente el rabino...

—¡Eso es herejía protestante!—acusó Fulgencio

—¡El error de la Iglesia invisible! El viejo lo miró en silencio un instante, y prosiguió—La condición del mundo cuando vuelva Cristo será análoga a la que tenía cuando lo dejó. El Rey de los Profetas para ver al mundo futuro, desde aquel montículo de Jerusalén desde el cual se veía el Templo, y ¡ay! el Calvario, no tuvo más que mirar su propia situación presente, ponderarla con amargura, y ampliarla en todas direcciones [...]

—¿De modo que entrará a reinar el fariseísmo en la Iglesia, como antaño en la Sinagoga?—dije yo alarmado

— La promesa de Cristo de asistencia perenne a su Iglesia y su conducción por el Paráclito... eso parece destruirla de raíz.

—Y la destruye—dijo el Monaco.

—¿Por qué?—dijo el rabino—. Las mismas promesas o parecidas fueron hechas a la Sinagoga por los profetas; y justamente en el punto en que esas promesas estaban por fallar, envió Dios a su Hijo para mantenerlas; el cual dijo: "En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos; haced pues todo lo que os dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras." Pues la doctrina no faltó nunca; faltó el ejemplo.

—Pero eso es sumamente peligroso de predicar —dijo Mungué—, porque el pueblo perderá la confianza en la Jerarquía.

—Yo no lo predico: solamente lo temo—dijo mansamente el judío.

—Es que no lo debe decir siquiera, ni pensar, ni soñar —dijo Fulgencio.

—En nombre propio, no—dijo él—. Pero soñarlo ¿y quién pondrá puertas al soñar? Ya lo soñó Juan en el Apokalypsis, según creo.

—¿Dónde?—desafió Mungué.

—En cuatro lugares: la Iglesia de Laodicea, la Segunda Bestia,
la Medición del Templo, y la Gran Ramera.

—¡Pamplinas!—dijo Fulgencio—. "Clara non sunt explicanda cum oscuris." Esos lugares son oscuros; la promesa de Cristo es clara.

El judío dejó caer los brazos con desaliento y se puso con aire cansado a hojear su Biblia


—¿Qué demonios es propiamente el fariseísmo?—dije yo.

—¿Pues no lo conoce usted?—dijo el judío, cansado—. Está en los Evangelios.

—En el Elenchus contra fariseos, Mateo, Capítulo 23—dijo el teólogo.

—En todo el Evangelio—bramó el viejo—Cristo no hizo más que luchar contra el fariseísmo. "Non sum missus nisi ad oves quae perierunt domus Israel." Fui mandado para las ovejas de Israel que perecieron.

—¡Qué exageración!—gritó Flor de Lino— ¿Y los milagros? ¿Y la doctrina? ¡Eso es lo principal de la vida de Cristo!

—¿Cuál fue la empresa personal de Cristo como hombre, su hazaña y su trabajo, lo que unifica toda su acción? ¿Cuál fue el corazón de Cristo, si él fue un hombre de corazón? Ciertamente no fue una dulzura blandengue, un sentimentalismo melancólico, blanducho y llorón hacia los hombres, y aun hacia los animales, como lo pintan hoy, incluso las estatuas de los templos, d'aprés Renán o d'aprés Tolstoi—dijo el viejo—. Ésa no fue la personalidad de Cristo, no fue su corazón.

—Nosotros somos devotos del Corazón de Jesús—dijo el monje—como el que más.

—¿Cuál fue pues su personalidad?—interrogó el teólogo Mungué...

—La lucha contra el fariseísmo, ese "pecado contra el Espíritu Santo" que le impedía su manifestación mesiánica y hería terriblemente su amor a los hombres y a los pobres y a los débiles... sin contar su amor al Padre—y a la Verdad. Ésa es la clave de su carácter, quizá la principal, la que engloba todos los rasgos de su espléndida personalidad humana—declaró Benya—. Yo sé lo que es el fariseísmo, aunque no lo sepa definir —añadió—. Lo he probado en mi carne.

—¡Pamplinas! El fariseísmo se acabó.

—Nunca—asestó Benya—. Ni se acabará. ¿Qué es lo que puede producir la Magna Tribulación, la peor prueba, si no el Magno Pecado, el peccatum ad mortem que efectivamente infirió la muerte al que era la Resurrección y la Vida?

"Si eres de veras Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en Ti"—dije yo con un vago temblor.

—En efecto, ésa es la esencia del fariseísmo—Benya se volvió hacia mí con una sonrisa aprobatoria—. Crueldad, soberbia religiosa y resistencia a la Fe. Pero Cristo desde la cruz pudiera responderles: "Creed en Mí y bajaré de la cruz." En efecto, cuando los judíos crean en Él, y los gentiles hayan caído en el pecado de muerte, bajará Cristo de su larga Cruz, que es toda la historia de la Iglesia.

—Ésta conversación no me interesa—dijo Fulgencio.

—El fariseísmo viene a ser como... los fariseos son "religiosos profesionales"...como el profesionalismo de la religión—dije—, recordando una frase de Gustavo Thibon.

—Ése es solamente el primer grado del fariseísmo, en todo caso—reflexionó el viejo—. A ver si podemos describirlo por sus grados:
El primero: la religión se vuelve meramente exterior...
El segundo: la religión se vuelve profesión, métier, gagne—pain.
El tercero: la religión se vuelve instrumento de ganancia, de honores, poder o dinero.

—¡Es como una esclerotización de lo religioso, un endurecimiento o decaimiento progresivo!—saltó el teólogo.

—Y después una falsificación, hipocresía, dureza hasta la crueldad...—dije yo.

—Jesucristo en el Evangelio condenó a los fariseos—machacó fray Florecita—y con eso basta.

El judío se había quedado como absorto. Después prosiguió con una voz hueca y ronca...

—Yo tiemblo de decir lo que oso apenas pensar... Mi corazón tiembla delante de Dios como una hoja de árbol al pensar en el misterio del fariseísmo. Yo no puedo indignarme como el Divino Maestro; yo, miserable gusano, le tengo miedo—y de hecho se estremeció bruscamente todo su cuerpo, y dos lágrimas asomaron a sus ojos.

—Los otros grados—prosiguió—ya son diabólicos. El corazón del fariseo primero se vuelve corcho, después piedra, después se vacía por dentro, después lo ocupa el demonio. "Y el demonio entró en él", dice Juan de Judas.
El cuarto: la religión se vuelve pasivamente dura; insensible, desencarnada.
El quinto: la religión se vuelve hipocresía: el "santo" hipócrita empieza a despreciar y aborrecer a los que tienen religión verdadera.
El sexto: el corazón de piedra se vuelve cruel, activamente duro.
El séptimo: el falso creyente persigue de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable... y no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz... "Este impostor dijo que al tercer día iría a resucitar"; de modo que, oh Excelso Procurador de Judea... Guardias al sepulcro.

—Bien, eso pasó una vez y no volverá más...—dijo Fulgencio—. La hipocresía no prospera hoy día en la Iglesia de Cristo. ¡Está la gracia de Dios!

—¡Dios lo quiera!—dijo Benya—. Pero ésta no es hipocresía vulgar: es diabólica, profunda, inconsciente casi. "Corruptio optimi pessima", es la corrupción de lo mejor, de la religiosidad, cosa que no tiene remedio, como la sal que pierde su salinez. La hipocresía somera que pintó Moliere, por ejemplo, es casi inofensiva. Tartufo es un vulgar estúpido. Lo otro es mortífero. Cuando en la Iglesia ha salido un ramo de fariseísmo, Dios lo ha curado, pero alguien lo ha pagado con su sangre, desde Cristo hasta Juana de Arco, y hasta nuestros días. ¡El proceso de Bartolomé Carranza! ¡Y el caso de Jacinto Verdaguer! No digo que estos últimos no tuviesen sus defectos y faltas, los tenían y aun grandes, como Savonarola; pero dieron la vida en el fondo por repugnar al fariseísmo. Se entabla una lucha trágica entre la moral viva y la moral desecada, entre la mística real y la "mística convertida en política", que el hebreo alemán Max Scheler ha estudiado bastante bien en una monografía bastante buena... cuyo título he olvidado... ¡ah, sí! El Conflicto Trágico en la Moral. Justamente Max Scheler lo estudia en Cristo. Vence la moral viva—hasta ahora—y siempre; pero sucumbe el que la lleva en sí como una vida y una pasión.

R.P. Leonardo Castellani – Los Papeles de Benjamín Benavides, Parte III, Capítulo VI.